lunes, 28 de mayo de 2007

...Y POR FIN, LAS ELECCIONES

El ambiente se ha ido calentando a lo largo de los últimos quince días de campaña. El inicio fue moderado, lo que nos hacía pensar que ésta (la campaña) sería de guante blanco. Pronto, y esto ocurrio cuando sólo habían transcurrido unas jornadas, sonaron las trompetas e hicieron su aparición los cuchillos afilados. ¡Se acabó la moderación!
Empezaron a decirse lindeces y a lanzarse dardos con grandes dosis del mejor veneno. ¡Todo vale para arañar algunos votos del contrario! La mitad del tiempo de las intervenciones mitineras eran dedicadas a desdecir lo dicho por el adversario el día anterior y la otra mitad para atacarlo, no en sus principios políticos, que eso sería hasta comprensible, sino en lo puramente personal, y alguna ocasión en su dignidad y hombría de bien. Son conocedores de que una mentira o si se quiere una media verdad, repetida hasta la saciedad, puede dar lugar a una verdad irrefutable. ¡Hasta donde se puede llegar!
La campaña se fue agotando y el pueblo seguía sin prestarle demasiada atención. Los medios de difusión, auténticos motores y sostenedores de dicha campaña, seguían informando machaconamente al pueblo de los diversos pormenores de la misma. Las promesas electorales fueron subiendo de tono, cada vez eran de más calado e importancia de cara a la ciudadanía. Ésta, bastante excéptica con las promesas, sólo deseaba que acabase la campaña de una vez.
Por fin llegó el sábado día 26 de mayo. Día anterior a las votaciones y por tanto día de reflexión. En esta fecha no habría comentarios en los medios a los mítines pronunciados por tal o cual político. Ese día, la mayoría de los ciudadanos, lo dedicarían al descanso, yo diría al merecidísimo descanso. Ese día fue el auténtico día de fiesta para la ciudadanía. ¡Cuándo se darán cuenta!
Llegó el día 27 de mayo, día de las votaciones. Todos nos preguntamos, ¿debo de ir a votar?El sentido común nos empujaba a que no lo hiciésemos, pero...¿para qué?, y... nuestro deber cívico nos decía lo contrario. El voto forma parte de nuestras obligaciones democráticas.
Una vez despejada la duda, nos surgía otra, y esta vez más compleja ¿a quién debo darle mi
voto?, ¿en quién debo depositar mi confianza?. Nueva reflexión. Esta duda no era facilmente despejable. Confianza, lo que se llama confianza, no nos la merecía ninguna opción política de las que se presentaban. ¿Qué hacer? Pensé:"Repasaré de nuevo los programas de los distintos partidos y agrupaciones". ¿Acaso ahora me merecerán más crédito que cuando las recibí en casa y las leí con detenimiento? Pienso que no, pero... por leerlas de nuevo no quedará.
Sin demasiado convencimiento decidí ir a depositar las papeletas, previamente elegidas, en las urnas preparadas en mi colegio electoral. No acababa de estar conforme con mi proceder.
Cumplida mi obligación ciudadana me retiré a mi domicilio sin estar totalmente convencido que que había actuado correctamente. Es ese sabor agridulce que se produce cuando no sabes si has obrado bien.

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